Se llevan los híbridos, la mezcla, el mestizaje. No es algo nuevo: agricultores y ganaderos llevan siglos experimentando ese travieso placer de barajar cromosomas. La mula es el ejemplo más conocido, pero existen también ligres, cebrallos o pumapardos. Las barreras entre razas o especies parecen cada vez más cosa del pasado: la tecnología genética nos augura un mundo de realidades impuras, de nuevos seres producto del cruce inesperado. Ya la mitología y los bestiarios antiguos recogían este sueño o pesadilla de los humanos y están poblados de sátiros, sirenas, centauros, medusas, esfinges y otros animales creados mediante la fusión de trozos o mitades tomados de especies distintas. Los coches y su tecnología tampoco escapan a este furor hibridante. Hasta las guerras parecen haberse vuelto híbridas -es decir, más sucias de lo que ya eran de por sí-, como la de Bielorrusia contra la Unión Europea.
También hay palabras híbridas, vocablos-centauro, palabras-sirena. Machihembrar términos para crear otro nuevo es un procedimiento de generación léxica habitual en nuestra lengua: solemos llamarlo composición. Se ha hecho con mayor o menor fortuna.
Juzgue por sí mismo el amable lector la novísima palabra que hoy traemos a nuestro palabrario: chocorrezno. Llena la boca, desde luego.
Y atrévase a probar o al menos a imaginar el sabor del producto bautizado con tal nombre. ¡Buen provecho!
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