¡Con qué delicadeza
amorosa el caballo
-en negro sobre blanco-
con sus belfos calientes aparta la fría costra y luego
va arrancando esa hierba
que tirita y se endulza
en el claro del bosque
tras la nieve de otoño!
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
¡Con qué delicadeza
amorosa el caballo
-en negro sobre blanco-
con sus belfos calientes aparta la fría costra y luego
va arrancando esa hierba
que tirita y se endulza
en el claro del bosque
tras la nieve de otoño!
Desde el momento de su nacimiento supo dos cosas: que su vida iba a ser un breve viaje y que él era diferente. Lo primero no tuvo que aprenderlo, lo sentía tatuado en cada uno de sus frágiles átomos. Lo segundo era fácil de adivinar: solo tenía que fijarse en los de su alrededor. Evitaban rozarlo, como si fueran a mancharse, aunque para ello tuvieran que hacer peligrosas piruetas. Mientras volaban muy apretados creyó oír comentarios despectivos: monstruo, error de la naturaleza, vergüenza. No hizo mucho caso porque lo que más le preocupaba era la caída, a merced del viento, al albur de lo desconocido. Como un parapentista inhábil voló en círculos hasta que se posó. Tuvo suerte, parecía que lo esperaban.
En el patio del colegio la niña de Gambia miraba embelesada la nieve. Era la primera vez que la veía. En su tierra esto no pasaba. El bello espectáculo era un pequeño consuelo por tantos días de saberse extranjera en su nuevo y frío país. Un copo negro se había posado sobre su mano extendida. Lo cobijó como a una mariposa cansada hasta que expiró dulcemente, deshaciéndose sobre su cálida piel, oscura y expectante.
No se lo contó a nadie. No la creerían.
(Relato para un primer día de nieve)
Soy Gordy: a lo mejor me conocéis de
la tele o los vídeos de Youtube. La famosa cerdita vietnamita con el mejor
olfato del mundo. Un amor. Estoy entrenada para encontrar esas verrugas negras bajo la
tierra que exhalan un aroma delicioso. El oro negro, lo llaman. Ya os han
contado mi historia, para qué repetirla.
Pero hay cosas que solo yo sé. La otra cara de las historias tiernas, la
que nadie quiere oír. A saber:
Que
es grande mi pena porque mi grueso cuello me impide mirar al cielo.
Que tengo que controlarme para no morder la mano
que me acaricia después de cada hallazgo.
Que
apenas me gusta el pienso, ni los trozos de manzana con que me premian por mi
labor. Soy una sibarita reprimida.
Que
lo que de verdad me gustaría es devorar de un bocado todas las trufas que
encuentro con el hocico.
Y
que si no lo hago es porque sé que para mí son venenosas, letales de necesidad.
El día en que empiece a comérmelas
habré firmado mi sentencia de muerte. ¿Acaso tengo elección?
Se llevan los híbridos, la mezcla, el mestizaje. No es algo nuevo: agricultores y ganaderos llevan siglos experimentando ese travieso placer de barajar cromosomas. La mula es el ejemplo más conocido, pero existen también ligres, cebrallos o pumapardos. Las barreras entre razas o especies parecen cada vez más cosa del pasado: la tecnología genética nos augura un mundo de realidades impuras, de nuevos seres producto del cruce inesperado. Ya la mitología y los bestiarios antiguos recogían este sueño o pesadilla de los humanos y están poblados de sátiros, sirenas, centauros, medusas, esfinges y otros animales creados mediante la fusión de trozos o mitades tomados de especies distintas. Los coches y su tecnología tampoco escapan a este furor hibridante. Hasta las guerras parecen haberse vuelto híbridas -es decir, más sucias de lo que ya eran de por sí-, como la de Bielorrusia contra la Unión Europea.
También hay palabras híbridas, vocablos-centauro, palabras-sirena. Machihembrar términos para crear otro nuevo es un procedimiento de generación léxica habitual en nuestra lengua: solemos llamarlo composición. Se ha hecho con mayor o menor fortuna.
Juzgue por sí mismo el amable lector la novísima palabra que hoy traemos a nuestro palabrario: chocorrezno. Llena la boca, desde luego.
Y atrévase a probar o al menos a imaginar el sabor del producto bautizado con tal nombre. ¡Buen provecho!
No lo habían vuelto a ver ni tenían noticias suyas desde que se desató la pandemia.
-Parece que se lo ha tragado la tierra- comentaba Mauricio, el más lenguaraz de la tertulia.
-Hombre, no mientes ruina. Es de mal gusto, en estos tiempos- le recriminaba Donato.
Cuando aflojaron las prohibiciones y pudieron reunirse de nuevo en lugar cerrado trataron en vano de recabar unos de otros alguna información sobre el paradero del desaparecido Ambrosio.
-Siempre fue un poco rarito.
-Es capaz de haberse muerto sin avisar.
-A lo mejor se lo ha tragado la tierra de verdad.
Los peores momentos de pánico habían pasado y el humor negro volvía a florecer entre ellos.
Lo vieron llegar un mediodía, tarde como siempre, cuando ya iban por la segunda ronda. Había algo en él que no cuadraba con el Ambrosio que recordaban. No sé, parecía como si regresara de un viaje demasiado largo y peligroso.
-¡Hombre, Ambrosio!- acertaron a decir a coro, sin salir de su asombro.
-Llamadme Lázaro -sentenció él, desdeñoso, antes de hacerle una seña al camarero para que le llevara lo de siempre.