sábado, 25 de septiembre de 2021

LA MANO

 


En la plaza de la catedral, moviéndose con desparpajo entre la turba de turistas, los artistas del menudeo ofrecían, cantarines, sus mercancías. Vendían la suerte de sus cupones, un ramito de romero, una rosa robada en un jardín municipal, deuvedés, productos falsificados.

    -La mano, míster, le leo el futuro en la mano.

La mujer, enlutada y con gruesos aretes dorados que le deformaban las orejas, insistía tanto que el hombre acabó por acceder, no sin antes emitir un leve gruñido que sonaba a advertencia.

La adivinadora interrumpió el relato apenas iniciado -una profecía tópica con unas cuantas variantes- y soltó la mano con aprensión. Ni siquiera esperó a recibir la merecida recompensa por su trabajo. Era la primera vez que veía una palma completamente lisa, sin dibujos, y aquello le daba muy mal fario. Como si le estuviera leyendo el futuro a un extraterrestre. O a un muerto.

 




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