¿Flor o pájaro?
¿El vuelo o las raíces?
¿El canto o el perfume?
¿Las alas o los pétalos?
No me obliguéis a elegir.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
¿Flor o pájaro?
¿El vuelo o las raíces?
¿El canto o el perfume?
¿Las alas o los pétalos?
No me obliguéis a elegir.
En la plaza de la catedral, moviéndose con desparpajo entre la turba de turistas, los artistas del menudeo ofrecían, cantarines, sus mercancías. Vendían la suerte de sus cupones, un ramito de romero, una rosa robada en un jardín municipal, deuvedés, productos falsificados.
-La mano, míster, le leo el futuro en la mano.
La mujer, enlutada y con gruesos aretes dorados que le deformaban las orejas, insistía tanto que el hombre acabó por acceder, no sin antes emitir un leve gruñido que sonaba a advertencia.
La adivinadora interrumpió el relato apenas iniciado -una profecía tópica con unas cuantas variantes- y soltó la mano con aprensión. Ni siquiera esperó a recibir la merecida recompensa por su trabajo. Era la primera vez que veía una palma completamente lisa, sin dibujos, y aquello le daba muy mal fario. Como si le estuviera leyendo el futuro a un extraterrestre. O a un muerto.
Era el día más cálido de la historia o
al menos el más cálido del que se tenía registro. La temperatura de la charca
había subido tres o cuatro grados en unas pocas horas. Alrededor de la rana más
anciana se había congregado un coro de jóvenes, dispuestas a escuchar una de
sus historias:
«Los humanos cuentan una curiosa
fábula. Dicen que una rana cayó en una olla que acababa de ser puesta al fuego.
Como la temperatura iba subiendo poco a poco, cuando quiso darse cuenta el agua
estaba hirviendo y murió cocida. Tiene gracia, ¿no os parece? El mundo es una
gran olla, la temperatura va subiendo grado a grado y ellos se dedican a contar
fábulas de ranas tontas.»
1. Se sentía muy desdichado
porque era incapaz de recorrer la distancia ─algunos decían que era muy corta
pero a él se le antojaba infinita─ entre ser afortunado y ser feliz.
2. En el mundo mineral
sería piedra pómez: en el mundo vegetal sería madera de boj. El caso era llevar
siempre la contraria. Flotar cuando no se espera eso de ti, hundirte cuando no te corresponde
por naturaleza.
3. Era un círculo, la
forma perfecta, con sus puntos equidistantes de un centro, con esa habilidad
para rodar y para deslizarse que tantos envidiaban. Pero estaba condenado a la
soledad, solo podía tener un único, inestable punto de contacto con otras
figuras. Por eso anhelaba la irregularidad, ser esa pieza de un rompecabezas
llena de curvas excéntricas que encaja milimétricamente con otras para formar un
hermoso mosaico.
(Del carnet de apuntes de Mateo Ortiz)
Éramos gente burlona y entrometida, empeñados en hacer verdadera la imagen que ya desde los tiempos de Cervantes caracteriza a
los estudiantes.
En
la plaza de la Facultad, acabadas las clases, desde la escalinata asistíamos al
espectáculo. El hombre se situaba en el centro y comenzaba su faena. Con una
muleta invisible se recreaba ejecutando pases
y más pases a un toro imaginario. Remataba el lance con una estocada que, a
falta de resistencia, daba con sus huesos en el pavimento. Aplaudíamos,
jaleábamos, pitábamos, reíamos, agitábamos fulares pidiendo a la presidencia
las dos orejas y el rabo, que le eran invariablemente concedidos. El fantástico
torero daba la vuelta al ruedo entre vítores con el rostro encendido por el
entusiasmo y, en unos instantes, consumido el éxtasis, parecía achicarse, se
arrugaba y finalmente, como si se hubiera despojado del traje de luces, se
ensombrecía y emprendía su marcha de vagabundo desnortado por las calles de la
ciudad.
─Desde
que se ha puesto de moda la antipsiquiatría los locos andan sueltos por las
calles ─comentaba, despectivo y escolástico, Tovar, el profesor de Filosofía,
mientras se abría paso entre la turba congregada y lanzaba miradas
recriminatorias.
Así
un día y otro, hasta aquel mediodía en que, en mitad de la lidia, el torero se
detuvo súbitamente, rescató sus ojos del desvarío y nos interpeló largamente
con una lúcida mirada antes de sentenciar:
─
Yo no veo ningún toro. Creo que vosotros sí. ¿Quién está más loco? Ahí lo dejo.
Y
se largó sin ni siquiera poner las banderillas, que era la suerte que más nos
gustaba.
¡Preparadas! ¡Listas! ¡Ya...!
¡Comienza el gran viaje!
Mañana estos cielos estarán solitarios.
Como las calles del pueblo.