domingo, 22 de agosto de 2021

LA PARADA DEL AUTOBÚS

 

En la solitaria parada del autobús rural el curioso viajero impertinente encontró sobre el asiento, sujeta con una piedra para que el viento no se la llevara, esta fotonovela que en su juventud llegó a ser muy famosa: «Simplemente María». No resistió la tentación de hojearla, algo que en su adolescencia quizá le hubiera avergonzado. Estaba bien conservada, a pesar de los años transcurridos, del desgaste de dedos y miradas. Sin duda no había estado a la intemperie, sino cuidadosamente guardada en un cajón o una estantería. ¿Quién se la habría olvidado allí? ¿Quién podría tener afición a leer aquella literatura rosa trasnochada, barrida por las telenovelas venezolanas, mejicanas, turcas o de producción nacional? Estas preguntas y la presencia misma de la revista con sus fotos apagadas y su ingenuo sentimentalismo hacían de la moderna cabina de espera una cápsula de tiempo, una nave viajera por la dimensión inquietante del pasado.

Había más: oculta entre sus páginas encontró una hoja cuadriculada arrancada de un cuaderno, en la que, con una caligrafía de la época en que la escritura a mano era una habilidad cultivada, estaba escrito un poema cuya ingenuidad transparentaba maestría en la versificación, justeza en los adjetivos y un aroma a poesía decimonónica.  Desistió de investigar en el buscador del móvil si se trataba de un autor conocido, si era unos de aquellos textos que aparecían en las enciclopedias escolares.   Prefería pensar que era la creación anónima de alguna poeta provinciana lectora de fotonovelas. En todo caso, al transcribirlo con mano un poco temblona, lo había hecho suyo.

Anulado su espíritu crítico, el curioso viajero se sintió vulnerable a aquellos versos candorosos, especialmente a los que memorizó como un ensalmo: «... Me gusta del estribillo/ su repetición tenaz/y hallo en su monotonía/ cierta voluptuosidad.» No era mala descripción de lo que él sentía a veces al tararear esa melodía repetitiva en que muchas veces se nos transforma la vida.

Llegó por fin el autobús, que por aquí llaman «La Serrana». Por un momento dudó si subir a él. La tarde se había cargado de raros encuentros. Quién sabe a qué inesperado destino podría ser transportado. Quizá al tiempo irremediablemente perdido de las fotonovelas y la poesía cándida.





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