Tan solo a ella,
a la espiga más alta,
pertenece esta luz.
Al atardecer, el fotógrafo, perdido en los trigales, capta esta instantánea. Contra un fondo ceniciento de espigas, todas iguales en su mediocridad, todas oscurecidas, el tallo de una más alta guarda el último vestigio esplendoroso de la luz que declina, un rayo que la dora. Rescatada por breves momentos del infierno de las sombras, candelabro encendido, antes madurará para el pan, para la siega.
Tan solo unos pocos centímetros trazan la frontera entre el día y la noche.
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