Cuenta A. K., periodista apresado por los franquistas tras la sangrienta toma de Málaga:
"Arranqué un pedazo de alambre del catre y me puse a garabatear en la pared fórmulas matemáticas. Resolví la ecuación de la elipse, pero no pude sacar la de la hipérbola. Las fórmulas se hicieron tan largas que iban desde el retrete hasta el lavabo."
Trataba así de hacer más llevadera su estancia en la celda. Curiosa manera de taponar la hemorragia de la mente, de matar el tiempo, antes de que el tiempo lo matara a él. Había sido condenado a muerte por espía (igual lo hubieran podido condenar por haber nacido en Hungría). Parecería como si un dios matemático y geómetra desde su intocable universo de exactitud y lógica le hubiera concedido una tregua a fin de que completara la ecuación: fue indultado, vivió para contarlo en su Testamento español, y gozó de largos días hasta que decidió poner fin a ellos en compañía de su esposa.
(Hipérbola, esa curva doble cuyos brazos se separan irremediable, civilizadamente, guardando siempre su simétrica compostura.)
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