Un día de verano en un parque público. Un banco o un rincón umbríos. Uno de esos libros largos que fluyen lentamente como ríos de vida y de historias.
Hubo un tiempo en que los poderes públicos -cuya existencia solo se justifica si procuran la felicidad de los ciudadanos- creían en esa benéfica combinación y por ello instalaron esos quioscos que albergaban una pequeña biblioteca.
Hoy, como muestran los tres ejemplos de las fotografías, esos puestos de préstamo de libros llevan años cerrados y van degradándose, indicio inequívoco del desinterés y la renuncia.
En la última de estas fotografías, al fondo, se adivina una escena que puede explicarlo todo. Una madre y su hija pequeña adoran al nuevo ídolo, comparten su fascinante mensaje.
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