sábado, 14 de septiembre de 2019

NACIMIENTO










Subió a ver nacer el río con la curiosidad de quien tiene el raro privilegio de remontarse a la infancia de un ser querido y descubrir en el origen el secreto de su encanto. Se imaginaba un paraje grandioso, un valle donde la primera agua brotaba con la energía deseable para prolongar su aventura durante casi novecientos kilómetros. Pero se llevó una decepción. No vio más que el cartel anunciador, junto a un hontanar mínimo, apenas perceptible y, un poco más abajo, reguerillos que aparecían y se escondían, tímidos afloramientos intermitentes. Un cauce casi seco. Culpa del estiaje, quizá. 

Le vino la extraña idea de que debe de ser muy cansado nacer todos los días, nacer constantemente. Conjeturó que el río añoraba - era el final del verano- la nieve. Tuvo que transcurrir un rato para que la frustración dejara paso a la comprensión. 

En sus comienzos, como todos nosotros, el padre Duero, el majestuoso Duero que expira en Oporto con pretensiones de río navegable, es solo un nombre que espera ser colmado. Un nombre que hemos de hacer todo lo posible para merecérnoslo.





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