martes, 19 de febrero de 2019

RELATOR




¡Qué virtud, qué fuerza tienen las palabras, esas breves exhalaciones de aire articulado! Nunca nos asombraremos lo bastante de este milagro cotidiano.

Por ejemplo, alguien dice "relator" y se levanta una tormenta política capaz de enardecer a gente que nada sabía de ese vocablo: se preparan manifestaciones, se agitan banderas, se tumban gobiernos. Y mientras, la pobre palabra, que dormía el sueño de los justos, se maravilla de que su despertar alumbre semejante tiberio. Su pasmo hubiera sido menor si estuviera al tanto de la actualidad, porque lo cierto es que en los últimos tiempos se habla mucho -demasiado- del 'relato'. Era cuestión de tiempo que el 'relator' saliera también a la palestra.

Ahora parece que los hechos, la verdad factual y desnuda, la que ha de verterse en prosa exacta y unívoca, en estilo de informe o atestado -ese estilo que utilizaba el Kafka empleado en una compañía de seguros-, no valen nada. Importa el relato que se haga de los hechos. Tiene que ser redondo, tiene que 'enganchar' -lo que el anzuelo hace con el pez-. Y esto no se puede hacer sin arte, sin artificio. Una estructura subyacente, un tratamiento de los sucesos, un punto de vista, una perspectiva, un sesgo inevitable. El que se apropia del relato se lleva el gato al agua, los premios periodísticos a su currículum, los votos a la urna, y -en los casos extremos- la absolución de la Historia. El mejor cuentista lleva las de ganar en esta sociedad, consumidora tan compulsiva como olvidadiza de historias atractivas.  

Estamos olvidando que lo que está muy bien en la literatura -esa hermosa fábrica de embelecos- es nocivo para la vida pública. Las bellas mentiras, los relatos bien urdidos, tienen su espacio en el territorio del arte pero son letales para organizar la convivencia. En nuestro país hacen mucha falta los relatores fidedignos, sin imaginación ni oficio, sin dueños a los que servir; los que se limitan a dar cuenta de lo que ocurre, de lo que se dice. Y sobran los narradores aficionados y los profesionales, los que contaminan de interesada ficción la verdad de la Historia.

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