viernes, 18 de enero de 2019

VIVIR EN LOS PRONOMBRES




A veces se entretenía tomando una palabra en la boca, desmenuzándola, articulándola despacio y reiteradamente hasta que se desprendía de su significado. El ejercicio era especialmente interesante con los pronombres. Pongamos por caso: Él. Él, él, él, él, él... Así un buen rato hasta que no era más que una secuencia fónica, puro sonido, morfema de un idioma desconocido. Nada más, sin esa costumbre espuria de designar algo. Y cuando ya la tenía así, desnuda, vaciada, disponible, volvía a cargarla con su sentido y este ahora  le parecía completamente nuevo, puro, renacido, con un nuevo vigor. 

Un día lo intentó con el pronombre yo. Una vez que lo dejó limpio, descarnado, sin estrenar, fue incapaz de devolverle el significado. Y supo entonces -entre el pánico y el asombro- que había alcanzado una forma de sabiduría que hasta ese momento le era desconocida.

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