Un
mosquito pica a un dinosaurio. Este, molesto, trata de deshacerse de él. No
puede consentir que un ser inferior, despreciable, insignificante, se atreva a
poner a prueba su paciencia. Pero el insecto ya se ha cobrado su botín y vuela,
saciado, a descansar en un pino, sin advertir la trampa. Queda pegado a la
resina para siempre. Segundos después, un cataclismo cósmico acaba con la
arrogancia de este dinosaurio, de todos los dinosaurios.
Han pasado eones. La resina es ámbar, una perla dorada que sirve de panteón. En el
cuerpo del mosquito la sangre preservada del picotazo sirve para reconstruir toda una
estirpe de dinosaurios mediante el ADN.
De
donde se deduce que puede más un mosquito que un meteorito y que se le puede llevar la contraria a una gran
catástrofe con un pequeño incidente.
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