jueves, 31 de enero de 2019

LA DEBILIDAD DE LOS ADVERBIOS



             En esta época de pensamiento frágil y relativismo, de sentimientos lábiles, de la erosión de las palabras, del miedo a que estas hieran; ahora, cuando tanto hablamos y tan poco decimos, hay categorías que no podemos soportar por su franqueza. Los adverbios de negación y de afirmación deberían ser absolutos, inapelables, pero hace tiempo que han dejado de serlo y se han tendido puentes con los adverbios de duda hasta hacerlos un todo continuo. Parece que tememos a un 'si' o  a un 'no',  a su brevedad cortante -es una característica de muchos de los idiomas-, a su carácter definitivo. Así lo revelan nuestros usos lingüísticos recientes.

         Es casi una marca generacional -como lo fue el '¿verdad?' o el 'mire usted' de políticos arcaizantes- el empleo, a veces irritante, de la muletilla '¿no?' tras cualquier aseveración, como si necesitáramos de la aquiescencia constante del receptor. No queremos arriesgarlo todo en una afirmación; de ahí la sucesión bipolar, 'Sí, ¿no?' que parece entronizar en la conversación el principio de incertidumbre. Parece que un 'no' es insuficiente y empleamos giros redundantes, pleonásticos: 'No es no' o '¿Qué parte del no no has entendido'. En esta misma línea de desconfianza respecto a las nociones absolutas ha nacido la tan frecuente 'sí o sí', imposible disyunción para reafirmar nuestra voluntad debilitada.

                Tal vez se vive mejor instalados en la duda. Eso nos exime de parecer dogmáticos o de aceptar responsabilidades, ¿no?




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