Chen Tsu-Chang ha pasado a la Historia y ha ocupado un lugar
en el Museo de las Curiosidades por esculpir -corría el año 1737- en un hueso
de aceituna una escultura de 16 mm de alto por 34 mm de ancho. Hay que decir
que no fue el primero en cultivar este arte: ya en el siglo anterior se
practicaba y hasta algún emperador estuvo tentado de emplear su ocio en tan
minuciosa tarea.
La escena tallada por Chen con infinita
paciencia y delicadeza (una barca y ocho personajes a bordo) recreaba un poema
(Oda tardía en el Acantilado Rojo)
del poeta Su Shih, abriendo así a nuevas dimensiones el campo significativo de tan diminuta artesanía.
Para que la anécdota redondee su final y
el azar de una letra nos lo facilite, podríamos suponer que el hueso lo había
escupido con asco -no le supo bien la aceituna- un alto dignatario de la corte
cuyo nombre ha sido pasto del olvido.
Lo que unos escupen otros lo esculpen convirtiéndolo en una obra de arte.
Lo que unos escupen otros lo esculpen convirtiéndolo en una obra de arte.
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