En
la sala de espera espero a que el líquido para dilatarme la pupila me haga
efecto. Mientras tanto, entra en la consulta una viejecilla con andador
acompañada por una chica joven. Se olvidan de cerrar la puerta, así que oigo
parte de la conversación. No veo demasiado bien pero oigo de maravilla. La
mujer establece un extenso contexto: es viuda desde hace siete años, sin hijos,
vive en una residencia a 40 kilómetros, las ha traído un taxista muy simpático,
la chica es una sobrina nieta...
-¿Le
duele el ojo?- corta el oftalmólogo.
-Un
poco, cuando voy a acostarme -responde la señora.
-Se
le puede quitar.
Ella
quizá no ha oído o entendido bien.
-Que
se lo podemos quitar -alza la voz el especialista.
La
enfermera se ha dado cuenta de que la puerta está abierta y se apresura a cerrarla. Ya no oigo más.
Empiezo a ver borroso. La enfermera se comporta como una escritora de
microrrelatos, ha dado un portazo a la historia antes de que se eche a perder.
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