Drones
que vigilan el rebaño, drones que lanzan bombas 'limpiamente', drones que te
dejan el pedido en el jardín, drones que alertan de incendios, drones para
jugar a ser piloto de avión, drones para captar las imágenes más espectaculares,
para hacer el seguimiento de los últimos osos polares o del vuelo misterioso de
las aves migratorias, para luchar contra las plagas, para hacer impenetrables las
fronteras, para asomarse al fuego infernal de los volcanes, para rescatar
personas en los ventisqueros, para seguir el loco vórtice de los huracanes,
para luchar contra el narcotráfico, para repartir drogas, para hacer llegar
comida al hambriento y medicinas al aislado, para plantar 100.000 árboles en
una hora.
Drones
para todo, para tirar la piedra y esconder la mano, para actuar en la distancia, para sembrar sin mancharse
las manos, para entregar con fría elegancia, para esparcir la muerte
desde el aire, para que nada quede oculto a sus ojos teológicos, para
sobrevolar alegremente los conflictos, para que nada escape al control de quien
los controla, para llegar donde quizá no debemos llegar. Drones para la paz,
drones para la guerra. Ángeles (o demonios) fabricados en serie para hacer el
bien, para hacer el mal sin pisar la tierra. Drones, drones, drones.
DRON,
una palabra con poco pasado y mucho futuro. (Del inglés 'drone', que significa
tanto zumbido como zángano). Incluida por primera
vez en el Diccionario de la Lengua Española en su 23ª edición, edición del
Tricentenario, en 2014.
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