miércoles, 28 de febrero de 2018

LA IMPORTANCIA DE LA L


     Chen Tsu-Chang  ha pasado a la Historia y ha ocupado un lugar en el Museo de las Curiosidades por esculpir -corría el año 1737- en un hueso de aceituna una escultura de 16 mm de alto por 34 mm de ancho. Hay que decir que no fue el primero en cultivar este arte: ya en el siglo anterior se practicaba y hasta algún emperador estuvo tentado de emplear su ocio en tan minuciosa tarea.

     La escena tallada por Chen con infinita paciencia y delicadeza (una barca y ocho personajes a bordo) recreaba un poema (Oda tardía en el Acantilado Rojo) del poeta Su Shih, abriendo así a nuevas dimensiones el campo significativo de tan diminuta artesanía.


      Para que la anécdota redondee su final y el azar de una letra nos lo facilite, podríamos suponer que el hueso lo había escupido con asco -no le supo bien la aceituna- un alto dignatario de la corte cuyo nombre ha sido pasto del olvido. 

      Lo que unos escupen otros lo esculpen convirtiéndolo en una obra de arte.


Resultado de imagen de Chen Tsu-Chang



MOSAICO DE INVIERNO


Otra vez la nieve, haciendo excepcional lo cotidiano; sustrayéndole al mundo su color para volverlo una gama de blancos, negros y grises. Otra vez su amor a las ramas de los árboles, a las pisadas que se cruzan. Los tilos sufren por la fragilidad de sus huesos de cristal. La ardilla huirá veloz, consciente de que es un signo oscuro que destaca sobre el blanco de la página. Las palomas, a su afán, pastoreando las migas en los copos. Otra vez la sencilla geometría del hielo. Otra vez la maravilla.
















domingo, 25 de febrero de 2018

ROSA DE INVIERNO







Halló belleza el podador
(una belleza hermana de la melancolía)
en esta rosa
que desafió al invierno,
en sus pétalos ateridos
que no sufrieron el despojo.

jueves, 22 de febrero de 2018

LA LECTURA DEL POETA





Absorto en su lectura, inmóvil, se diría que el poeta está sentado desde siempre en su banco de una calle de Baeza. Si no conociéramos su  historia  dolorida podríamos creer que fue estatua antes de ser hombre.




¿Qué lee con eterno interés el poeta? ¿Acaso uno de esos pesados librotes de filosofía, plúmbeos en su sentido literal, a que se hizo tan aficionado? ¿La crítica de la razón pura kantiana, tal vez?





Parece una broma. Por mucho que nunca haya dejado de ser un recién llegado y que los poetas tengan fama de desnortados, no parece necesario un plano para no perderse en la pequeña ciudad.






Y su proverbial frugalidad con la comida, las estrecheces de su modesto hospedaje en pensiones...




... no justificarían que buscara ofertas de comida rápida para engullirla en plena calle.





Los viandantes van y vienen. Algunos lo miran. Todos acaban pasando. La mayor parte no lo ve aunque le dirija una de esas miradas estériles que la costumbre ha vaciado de luz. Cae la tarde. Ha empezado a llover. El ala de su sombrero embalsa un poco de agua, suficiente para aplacar la sed de un gorrión






Si ahora nos fijáramos en el libro, si nos acercamos bien, veremos lo que verdaderamente lee el poeta. El hermoso poema, único y transitorio, solo al alcance de los que se sientan a contemplar el mundo, que las gotas de lluvia, con su caligrafía infantil, escriben continuamente en el libro de bronce.


 


Un día como hoy, hace 79 años, murió en Collioure Antonio Machado.

lunes, 19 de febrero de 2018

LA REFLEXIÓN DE LA ESTATUA




"El único consuelo de ser manca es no verse obligada a aplaudir."

jueves, 15 de febrero de 2018

HUMOR VÍTREO



                
               En la sala de espera espero a que el líquido para dilatarme la pupila me haga efecto. Mientras tanto, entra en la consulta una viejecilla con andador acompañada por una chica joven. Se olvidan de cerrar la puerta, así que oigo parte de la conversación. No veo demasiado bien pero oigo de maravilla. La mujer establece un extenso contexto: es viuda desde hace siete años, sin hijos, vive en una residencia a 40 kilómetros, las ha traído un taxista muy simpático, la chica es una sobrina nieta...
                -¿Le duele el ojo?- corta el oftalmólogo.
                -Un poco, cuando voy a acostarme -responde la señora.
                -Se le puede quitar.
                Ella quizá no ha oído o entendido bien.
                -Que se lo podemos quitar -alza la voz el especialista.
                La enfermera se ha dado cuenta de que la puerta está abierta  y se apresura a cerrarla. Ya no oigo más. Empiezo a ver borroso. La enfermera se comporta como una escritora de microrrelatos, ha dado un portazo a la historia antes de que se eche a perder.

lunes, 12 de febrero de 2018

HAYAS










También es blanca
la espera en el hayedo.
Pasión de invierno.




viernes, 9 de febrero de 2018

DRON





       Drones que vigilan el rebaño, drones que lanzan bombas 'limpiamente', drones que te dejan el pedido en el jardín, drones que alertan de incendios, drones para jugar a ser piloto de avión, drones para captar las imágenes más espectaculares, para hacer el seguimiento de los últimos osos polares o del vuelo misterioso de las aves migratorias, para luchar contra las plagas, para hacer impenetrables las fronteras, para asomarse al fuego infernal de los volcanes, para rescatar personas en los ventisqueros, para seguir el loco vórtice de los huracanes, para luchar contra el narcotráfico, para repartir drogas, para hacer llegar comida al hambriento y medicinas al aislado, para plantar 100.000 árboles en una hora.

       Drones para todo, para tirar la piedra y esconder la mano, para actuar en la distancia, para sembrar sin mancharse las manos, para entregar con fría elegancia, para esparcir la muerte desde el aire, para que nada quede oculto a sus ojos teológicos, para sobrevolar alegremente los conflictos, para que nada escape al control de quien los controla, para llegar donde quizá no debemos llegar. Drones para la paz, drones para la guerra. Ángeles (o demonios) fabricados en serie para hacer el bien, para hacer el mal sin pisar la tierra. Drones, drones, drones.

      DRON, una palabra con poco pasado y mucho futuro. (Del inglés 'drone', que significa tanto zumbido como zángano). Incluida por primera vez en el Diccionario de la Lengua Española en su 23ª edición, edición del Tricentenario, en 2014.


sábado, 3 de febrero de 2018

GARGANTILLA



            La mujer ofrece su mercancía junto al puesto del vendedor de cupones bajo los soportales de la plaza. La mañana está metida en agua, una lluvia tan deseada como molesta punza el rostro de los peatones.
            -Perdone la pregunta, ¿qué es eso que está vendiendo?
            -Gargantillas.
            El rostro del curioso, opaco, parece no traslucir nada, como si le hablaran en un idioma desconocido. Una mirada más cuidadosa habría advertido una chispa de malicia en los ojos.
            -Son para la garganta. Están bendecidas.
            Las cintas de colores cuelgan de un bastidor, se mueven como lenguas de serpiente agitadas por la brisa húmeda. A la charla se suma el vendedor de cupones, aburrido de pregonar.
            -Se las pone uno por San Blas, que es el santo protector de la garganta.
            -Y el miércoles de ceniza se queman -completa el cuponero.
            -¿Hay que hacer algo con las cenizas después?
            Los dos informantes se miran, dubitativos. El turista bien podría ser uno de esos pelmazos que se hartan de preguntar, que incluso toman fotos sin pedir permiso para colgarlas en su blog y se van sin comprar nada. La pregunta tiene además un solapado aire fúnebre. La vendedora sale del apuro como puede:
            -No hacen casi ceniza.
            El hombre insinúa el ademán de pedir una gargantilla.
            -¿Cuánto cuesta?
            No se atreve a regatear con un objeto sagrado, no siendo que pierda su mágica virtud.
            -¿De qué color la quiere?
            -¿Sirven todas igual?
            -Pues claro. Va en gustos.
            -Roja, entonces.
            La mujer se la anuda con gracia alrededor del cuello.
            -Protege más que la bufanda -cierra con sorna el invidente que ha adivinado el final de todo el proceso.
            El hombre se quita la bufanda y deja que el aire frío se le cuele por el cuello.
            -Tampoco vaya a pasarse -le deja dicho la mujer, con media sonrisa.

            El hombre continúa su paseo. El roce de la gargantilla es suave, la tela parece satinada. Reconoce ese tacto. Necesitaba volver a escuchar la sugestiva palabra -gargantilla- , que no había oído desde la infancia, para constatar que seguía viva, para no dudar de sus recuerdos. Necesitaba que una extraña le contara de nuevo aquella cándida historia de santoral y devoción popular. Necesitaba silenciar por un momento el férreo dictado de su mente racionalista. Un paréntesis para el pensamiento maravilloso. Sentirse extraño para sí mismo, un turista en su propia ciudad, un invitado en sus propios recuerdos. Exhumar lo que yacía sepultado en su memoria.

            
                El viaje a la niñez le ha costado un euro.