Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana...
(A un olmo seco. Antonio Machado)
...el corazón de la campana
vive tan solo en el balanceo.
(Adam Zagajewski)
Hubo un tiempo en que consideré que el uso de melena en estos versos de Antonio Machado era una licencia poética suya, una metáfora; la campana sería la cabeza y la pieza de madera colocada en su parte superior para sujetarla, transformada por la fantasía poética del autor, se habría convertido en una especie de cabellera. Mi propia imaginación añadía por su cuenta y riesgo la deriva de la campana 'desmelenada' tocando a gloria, anunciando fiesta y alegría.
Pero no. La metáfora, de serlo, no tiene autor; es de uso común y está registrada en el diccionario: 'Armazón de madera, unido a la campana, que sirve para voltearla'. La lengua es poética, creativa en sí misma; lo fue antes de que hubiera poetas de nombre conocido y lo seguirá siendo cuando estos raros especímenes humanos se hayan extinguido.
No obstante, cada vez que alzo los ojos con pena al campanario de alguno de tantos pueblos sin gente o en trance de quedar desiertos de la España interior, la anónima metáfora vuelve a mí y me devuelve la imagen de la cabeza metálica y su cabellera simétrica. Una hermosa cabeza sin voz y una melena carcomida por los años. En algunos casos, como en una de las fotos que acompañan a este texto, la melena está erizada de púas antipalomas para evitar que estas habiten la ociosa espadaña convertida en palomar y la ensucien con sus excrementos. En la otra foto, tomada en Navabellida, la campana desapareció, emigró quizá por los aires en mágico viaje siguiendo al último morador o, más prosaicamente, fue expoliada para venderla al peso. Su melena, huérfana, sobrevive, sin embargo, a los años inclementes, casi asfixiada por la vegetación parásita, como sencillo testimonio de un silencio doloroso.
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