Odiaba la Navidad, cada vez más a
medida que comprobaba sus efectos. No era un odio irracional ni fruto de
ninguna nueva fobia sin nombrar. Sabía de qué hablaba. Año tras año Herodes
hacía su aparición y, cruelmente, les arrebata a los recién nacidos, cuando
apenas habían tenido tiempo de ser amamantados. Para que luego digan que las
Sagradas Escrituras no son la exacta verdad. Se los llevaban lejos y nunca
regresaban. Ella tenía que aguantar el doloroso peso de la leche que nadie
mamaría y la tenebrosa sospecha de que alguien disfrutaba sin culpa con aquel crimen.
Sufría, sufría mucho. ¿Dónde está
escrito que las ovejas no sienten?
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