sábado, 4 de noviembre de 2017

R. W. (1)




          Le dio por ahí tras comprobar que su obra apenas interesaba al gran público. Fue su forma de hacerse secreto, de rebelarse contra un fracaso incomprensible. Escribía sin parar -una escritura apretada, diminuta; una caligrafía gótica de miniaturista- en cualquier trozo de papel que encontraba a mano. 
           
          Pero no hay manía inocente, si bien se mira.

         Ya ni siquiera utilizaba sus pequeñas libretas de antes ni escribía con pluma. El método del lápiz, lo llamaba. Las palabras, las frases ocupaban completamente la página, sus márgenes, sus esquinas, el encabezamiento. Los renglones se delineaban con esmero de surcos vistos desde el aire. Cuando ya todo parecía relleno, buscaba completar entre líneas, descubría un pequeño claro y lo anulaba.  De ser posible, hubiera escrito hasta en el filo de la hoja. La letra de sus microgramas era cada vez más pequeña. Llegó un día en que, por más que afiló el lápiz y empezó a escribir con la ayuda de una lupa, no fue capaz de dejar un mínimo espacio en blanco dentro de la o. La presbicia tampoco ayudaba. Las letras no podían ya tener huecos, se le habían convertido todas en puntos, una cadena interminable de puntos suspensivos.

          "Es el momento de salir a dar un largo paseo en la nieve" -se dijo Robert Walser. 

                                                                                                                (Continuará)



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