El
mástil de una farola es un buen termómetro para saber cómo va el mundo. Hemos
sido capaces de aguantar lo peor de la crisis sin doblegarnos, manteniendo
encendidas nuestras luminarias en las circunstancias más adversas. Hasta hace
bien poco nuestras columnas aparecían forradas de anuncios en los que la gente
ofrecía, se ofrecía. Había quien vendía su casa para poder pagarla, quien
trabajaría de lo que fuera, quien pedía, quien imploraba, quien exhibía sus
cualidades. Nos han usado como tablón de anuncios para despedidas de solteros, para
anunciar clases de yoga, para encontrar a un gato siamés de ojos azules, para
desprestigiar a un moroso, para comprar oro, para vender el alma y así tener
con qué alimentar el cuerpo. Sobre nuestros pies, más sensibles de lo que la
gente quiere creer, los perros firman con orina sus títulos de posesión y sus
poemas de amor y de deseo.
.
Poco
a poco, escampó. Los malos tiempos estaban empezando a quedar atrás. Y de
nuestros mástiles desaparecieron aquellos papelillos con flecos que solo el
viento o las manos de los niños arrancaban. Lucían nuestros troncos negros de
hierro fundido limpios de cualquier adherencia. Quedaron libres de aquella
liviana carga tan gravosa y llegó la primavera. Los castaños de Indias que crecen
a nuestro lado se cuajaron de hojas, de flores, de erizos. Su follajes nos
abrazaban hasta casi ocultarnos y de noche, al encendernos, parecía que el alma
del árbol se transparentase y fulgiese en la oscuridad del parque. Como en un
cuento de Oscar Wilde.
Y
fue también de noche cuando una mano febril, obsesiva, la mano impaciente de un
iluminado pegó en todas nosotras un pasquín en el que el apocalipsis, la gran
conjura universal y destructora tomaba nombres y apellidos. Ninguna de las
plagas que van a acabar con el mundo ha sido omitida. Un Armagedón
orquestado por oscuras fuerzas. Los ordenadores en rebeldía letal, el agua
fluorada de las fuentes, los transgénicos y las vacunas, los ataques
terroristas amparados bajo falsas banderas, el protocolo de los homosexuales, el reinado del Anticristo... todas las formas del mal, los peores augurios asociados al planeta misterioso, estaban,
negro sobre blanco, impresas en aquellas hojas anónimas que, como una
enfermedad contagiosa, como una lepra, se han adherido a nuestros fustes. Ahí
están las fotografías que no permitirán afirmar que mentimos.
Abrumadas
por la responsabilidad insoportable de ser los heraldos negros del fin, hemos
decidido doblar nuestra rígida cerviz y oscurecernos para siempre. La
noche total de calles y parques. Que no cuenten con nosotras. Definitivamente, están locos estos humanos.
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