Arden las paredes de las casas
como piedra de horno. La fresca
misericordia de la noche
los va llamando afuera, hasta los
poyos,
bajo los emparrados
o a la cruz del calvario.
Escoltados por las miradas
melancólicas
de todos los ausentes
salen de uno en uno, animales de
gruta,
furtivos, recelosos.
Se hace leyenda el tiempo
en sus hondos suspiros.
Con palabras antiguas
desmenuzan la vida
en frases inconclusas.
Si parece mentira...
Entonces no sabíamos...
Hay que ver, vaya cosas...
Más podría contarte...
Los ojos se encienden obligados
por la luz sideral de los
recuerdos,
y las estrellas callan
largamente.
De madrugada, se afilará la brisa
y todos se tienden en sábanas
trasnochadas
invocando la fatalidad del sueño,
lamentando la imprudencia de las
sombras,
ese calor maldito
que ablanda hasta el pasado
y hace fermentar las
confidencias.
Contra el silencio voraz de las
alcobas
resuena el coro desaforado de las
ranas
implorando al señor de las
tinieblas
un alma
que les permita cantar.
(De A cielo abierto, inédito)
Poema para una noche como solían ser las noches de verano entonces.
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