sábado, 28 de diciembre de 2024

EL PLÁTANO MÁS CARO DEL MUNDO (y 2)

 

La señora que limpia la galería de arte está tratando de quitar los restos pegados en la pared que ha dejado la cinta adhesiva que sostenía el plátano. No se habla de otra cosa entre las compañeras de trabajo. ¿Qué tendría ese plátano para que hayan pagado por él 6 millones de dólares? Ni que fuera de oro. Los chascarrillos maliciosos con el plátano han amenizado las pausas para el almuerzo. Pero esta mancha en la pared se quita mal.

En el gremio de las señoras que limpian las galerías de arte se cuenta una historia mítica, una leyenda urbana en la que se sienten protagonistas y que les permite penetrar, aunque sea simbólicamente, en el territorio inaccesible —cada vez más extravagante— de los creadores.

En una feria de arte, entre el trajín de críticos, mirones y compradores, armada con su fregona y su cubo, cansada tras una jornada agotadora, la mujer de la leyenda se sentó en una silla. Su rostro, su compostura, el dibujo agobiado de su cuerpo atrajeron enseguida la atención. Rápidamente las cámaras de los móviles apuntaron hacia ella.

—Qué instalación más original —comentó una señora vestida de Gucci.

—Y muy oportuna —remachó un individuo en vaqueros.

—¿Está en venta? —preguntaba un avispado inversor experto en lavar dinero propio y ajeno.

Ser confundida con una obra de arte, he aquí el deseo inconfeso de muchas personas, incluidas las señoras de la limpieza.

La señora de la limpieza, nuestra señora de limpieza, sueña con escapar del círculo de precariedad y pobreza en que está confinada. Aunque para ello tenga que prescindir de la banana —ni siquiera es un plátano, están a más de tres euros el kilo— de su almuerzo. Lo pega donde estuvo el plátano afortunado. No espera que mañana valga 6 millones: se pudrirá allí. Su pequeña obra de arte povera, reivindicativa y putrefacta. Con un poco de suerte la despedirán y tendrán que indemnizarla bien porque todos los críticos de arte del país saldrán en su defensa. Seguro.  

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