Todo
empezó con las aerolíneas, cuando algunas compañías descubrieron el secreto de
embutir más pasajeros en el mismo espacio y de cobrar por todo lo que no fuera el
estricto transporte de personas como fardos. Se llegó a pensar en excluir a los
viajeros con sobrepeso para no gravar las cuentas de la empresa. Los que tengan
las piernas largas, al asiento del pasillo. Poco faltó para imitar a Procusto,
el mitológico posadero de Eleusis que ajustaba a los huéspedes al tamaño exacto
de la cama por el expeditivo método de serrar el trozo de pierna que sobresalía.
Con
la crisis se abrió, como dicen ahora, una ventana de oportunidad de negocio. Y
el invento saltó a los más inopinados sectores. Hoteles que parecían
columbarios. Pan de harina sospechosa que a punto estuvo de arruinar a los
honrados panaderos. Peluquerías donde te despachaban en cinco minutos. Ropa
fabricada en condiciones de esclavitud. Tapas chapuceras elaboradas con
productos de marca blanca. Gasolineras con carburante sospechosamente barato. Librerías de relectura (reread) antes llamadas librerías de lance o de viejo, sin tapujos. Todo esto etiquetado ahora como "low cost". Por momentos, España entera parecía
haber colgado un gran cartelón a su entrada: "Entra usted en un país Low Cost.
Bienvenido al gran saldo, liquidación de todo y de todos". Viviendas,
empresas, suelo rústico y urbano, pueblos enteros. Y, lo que es más triste, también
se hizo almoneda de derechos y de salarios. En esas estamos.
"Nunca
había costado tan poco llegar al cielo" rezaba el imaginativo anuncio buzoneado
por una funeraria de bajo precio. (Lo mismo podría decir Ryanair, quizá con
doble intención.) Una perla del mejor humor negro celtibérico que hubiera
encantado a Carandell. Me pregunto en qué consistirá el ahorro de estos sagaces
empresarios de pompas fúnebres: empleados inexpertos, flores de plástico, caja
de cartón... ¿El paraíso prometido también es "low cost", con dioses de
mentirijilla y ángeles becarios? Mejor lo dejo aquí. Todo esto nos retrotrae a aquel olvidado sintagma de
"funeral de tercera". Claro que dicho en inglés suena mejor.
Ahora
que casi nada escapa a este reclamo tan atractivo para bolsillos menesterosos haríamos
bien en traducir esta expresión inglesa a ver si así pierde fuerza el bárbaro
eufemismo y nos revela su verdadero rostro. Low cost es un anglicismo innecesario
y burdo para referirse a algo de bajo coste, barato. Y si queremos buscar
términos análogos no nos resultará difícil. Basta con que escuchemos a los
pregoneros de los mercadillos: ganga, chollo, bicoca, rebaja, saldo, ofertón, liquidación, económico, tirado de precio... Hay donde escoger.