Unas imágenes de la cascada de Fuentetoba esta mañana. Y un poema, publicado en "No haya edén, amapola" (1998) e inspirado en ese lugar tan bello como decadente. No lo toquéis ya más.
SUENA OSCURA EL AGUA EN SU DERRUMBE
hacia el abismo vegetal,
por vuelo o por pereza
entregada al vacío indescifrable
que no pudo retenerla.
Alguien imaginó un jardín en este sitio.
Trazó pasarelas sobre el río
creyendo así amansarlo;
construyó galerías junto al cauce;
y plantó las higueras, los chopos, los castaños,
dispuso el ornamento, codificó el impulso
violento de la hiedra.
No resulta difícil
imaginar las tardes del estío
a la sombra eclesial de los nogales,
con risas descorchadas, hormigas sediciosas
y rastros de carmín entre la grama.
Gladiadores del agua, los cuerpos chapotean
felices en la alberca
permitiendo a las horas
huir musicalmente entre los setos,
acogiendo a la noche con brazos de árbol o de amante.
Alguien pudo creer que los veranos
siempre se extinguirían tan dulcemente
a medida que el agua enmudecía,
exhaustos sus hondos manaderos.
El otoño esperaba, ungido por las lluvias,
más allá de la sierra y también el invierno,
la nieve, las celliscas,
los mil nombres del agua,
la primavera de labios tan febriles,
la estepa, los majuelos
que florecen con calma de jardín.
Y otra vez el verano, siempre el mismo,
y los días livianos como el aire inflamado del rastrojo
-antes tan tenue entre el centeno-
y el agua en estiaje, las lunas sofocadas,
las noches como una granada sin abrir...
Hasta que no fue tarde, ya invencible,
nadie se percató de su presencia. Y, sin embargo,
estaba allí desde el principio:
en la tímida herrumbre de las risas,
en el temblor sutil del culantrillo,
en el hierro cansado de la verja,
en los anillos concéntricos del álamo,
en el musgo humedecido de elegía.
Alguien sembró la ruina con manos inconscientes.
Alguien imaginó un jardín
eterno en este sitio que ahora contemplamos
con la mirada sepia
de los daguerrotipos,
mientras sucias ovejas
se rascan en la aulaga
y simulan olvido al asomarse al aire.
Belleza desistida, lo pútrido del tiempo,
oxidado cartel -Prohibido el paso-
y perros cimarrones abrevando en la alberca.
Pero, a pesar de todo, no fue labor estéril.
El agua se derrumba oscura en sus recuerdos,
deriva hacia el abismo -como entonces-,
cada vez más hermosa y abstraída,
triunfal como el azar en épocas de peste.
Somos agua, está claro. Agua que, alguna vez, piensa. Un abrazo, maestro.
ResponderEliminarGracias, Andrés, por regalarnos la belleza de tus palabras, como el susurro de los copos de nieve en el silencio blanco del paisaje.
ResponderEliminar"Nuestras vidas son los ríos..."
ResponderEliminarNuestros días, como el agua de un río, a veces corren rápidas, se lanzan al vacío confiadas en un regazo cálido. A veces, su caudal es transparente con un fondo de luz. Otras veces sus aguas se aquietan como pozos profundos en abismos oscuros. Transportan, como piedras ruidosas, emociones, recuerdos, que van depositando en sus orillas. A veces, sus aguas se extienden y acarician una ribera verde con música de pájaros o se estremecen amenazadas por los bordes helados de las hojas caídas. Tanto bregar para llegar al fin hasta la inmensa duda de la muerte.
Gracias, Andrés, por regalarnos la belleza de tus palabras, como el susurro de los copos de nieve en el silencio blanco del paisaje.