Cuando ya creía haberlo visto y leído todo en materia de lingüísticas tropelías, curado de los espantos que le producía leer o escuchar engendros como puenting, balconing, running (entre otras lindas muestras de teratología léxica propiciadas por nuestro papanatismo y complejo de inferioridad ante el idioma dominante), cuando pensaba que ya nada podría sorprenderle en la materia, este curioso y purista hablante del viejo castellano se topó, en una de esas máquinas expendedoras de fruslerías comestibles, con una perla difícilmente superable.
En su momento renunciamos al clásico emparedado y lo sustituimos por el anómalo sándwich (de endiablada grafía y curiosa etimología: procede de J. Montagu, cuarto Conde de Sandwich). A algunos no les ha parecido bastante y han ido un paso más allá, mezclando la infantiloide interjección onomatopéyica ¡Ñam! con ese verdadero agente infeccioso que es la terminación ing del gerundio inglés. Y así, de esa cópula perversa nació esta nueva criatura a la que le deseamos fugaz existencia: ÑAMING.
