Cuando el
monstruo del fuego se hartó de devorar los bosques, un desolado erial de
cenizas emergió de entre la devastación. Cenizas en la tierra, cenizas en el
aire, cenizas en los ríos. Cenizas y humo en los pulmones, en el rostro de
quienes luchan heroicamente contra las llamas; quemaduras en las plantas de los
pies. En este inmenso crematorio ardieron árboles, prados, casas, animales.
También personas y recuerdos. En pocos días desapareció lo que había costado
años, siglos, levantar, construir, hacer crecer.
(Fotografías: Greenpeace)
Volverá a
ocurrir. Volveremos a lamentarlo. Volveremos a escuchar los reproches cruzados,
las huecas palabras de las promesas con fecha de caducidad. Volveremos a
ignorar, en cuanto se apaguen las brasas, las evidentes señales del enfado de
la Tierra. Volverá el fuego a echarnos en cara nuestra arrogante desidia,
nuestra tozuda falta de previsión, nuestra incapacidad para aprender de los
errores, nuestra suicida tendencia a la depredación.
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