jueves, 9 de noviembre de 2023

CLAVILLOS

 





No. No vamos a hablar de los abanicos, ni de su antiquísima tradición, ni de ese lenguaje galante, tan frívolo y sofisticado, que se desplegaba a golpe gracioso de muñeca y de ocultación. Tampoco alabaremos sus ventajas prácticas: esa sencilla, portátil, económica y sostenible solución para aliviar el calor. No cantaremos la belleza pictórica ni la exquisitez artesana de alguna de sus creaciones. No analizaremos el conocido verso de Rubén Darío, construido sobre la metáfora, la aliteración y la paronomasia: "el ala aleve del leve abanico".

Lo que hoy nos interesa es el clavillo (del latín, clavus, clavo), ese pasador que sujeta las varillas (también las dos piezas de una tijera) por su extremo perforado y que (aunque no comparten etimología directa, sí indirecta a través del indoeuropeo) es la clave (del latín, clavis, llave) de todo el mecanismo. Ahora que tanta gente se desvive por parecer y aparecer y aparentar, por lucir pintarrajeada, por brillar como las varillas de un abanico, encarezcamos la función del humilde e imprescindible clavillo, el eje que permite girar, el nexo que junta las piezas dispersas, que las convierte en útiles, que les da sentido.

Faltan clavillos para tantas varillas como andan sueltas por ahí.

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