Qué dulce y libremente suenan
los trinos del pájaro solitario
en el bosque de otoño.
Pues nada espera,
nada desea:
la madurez del canto.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
Qué dulce y libremente suenan
los trinos del pájaro solitario
en el bosque de otoño.
Pues nada espera,
nada desea:
la madurez del canto.
—Chat GPT, Chat GPT maravilloso, dime: ¿En qué número va a caer
el Gordo de Navidad?
—No lo sé. Y
mejor que siga siendo así, porque si lo supiera se acabarían los juegos de
azar.
—Claro. Adiós a la lotería, a las quinielas, al bingo,
a las apuestas, al póquer…
—Y al más
importante de todos los juegos de azar: LA VIDA.
Los chopos del soto parecen salidos de una alucinación, teñidos de delirantes colores, como si el otoño tuviera propiedades lisérgicas. Y el río Duero, aplicado discípulo de la estética impresionista, reniega hoy de ella y deriva su reflejo hacia el cubismo.
Azul de las endrinas
y rojo del majuelo.
Colores del otoño
al borde del camino.
Sabores ásperos
que nadie gustará.
No. No vamos a hablar de los abanicos, ni de
su antiquísima tradición, ni de ese lenguaje galante, tan frívolo y sofisticado,
que se desplegaba a golpe gracioso de muñeca y de ocultación. Tampoco alabaremos
sus ventajas prácticas: esa sencilla, portátil, económica y sostenible solución
para aliviar el calor. No cantaremos la belleza pictórica ni la exquisitez
artesana de alguna de sus creaciones. No analizaremos el conocido verso de Rubén Darío, construido sobre la metáfora, la aliteración y la paronomasia: "el ala aleve del leve abanico".
Lo que hoy nos interesa es el clavillo (del latín, clavus, clavo), ese pasador que sujeta las varillas (también las dos piezas de una tijera) por su extremo perforado y que (aunque no
comparten etimología directa, sí indirecta a través del indoeuropeo) es la clave (del latín, clavis, llave) de todo el mecanismo. Ahora que tanta gente se desvive por parecer y aparecer y aparentar, por lucir pintarrajeada, por brillar como
las varillas de un abanico, encarezcamos la función del
humilde e imprescindible clavillo, el eje que permite girar, el nexo que junta las piezas dispersas, que las convierte en
útiles, que les da sentido.
Faltan clavillos para tantas varillas como andan sueltas por ahí.
Ya no se representa como un esqueleto con guadaña.
Para las nuevas generaciones la Muerte se parece más a esta estantigua: un maniquí carnavalesco, sexualizado, ambiguo y con alas atrofiadas de guardarropía que no bailará ninguna solemne Danza sino que "perreará" en cualquier discoteca.
Nada queda del puro espanto, de ese miedo metafísico y sagrado de la Noche de Ánimas.