Se admira Mateo Ortiz,
pensador sedente y sedentario, de la aceleración constante que parece haberse adueñado
de la realidad hasta convertirse en algo enfermizo. Desde su tumbona de convaleciente
perpetuo pontifica:
—¡Hay que ver la prisa
que se da todo el mundo en llegar cuanto antes a ningún sitio!
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