—Toc, toc.
—Adelante.
Pase.
—Doctor,
creo que mi hijo padece un trastorno obsesivo compulsivo.
—¿Qué le
hace pensar eso?
—Verá. El otro día íbamos paseando por el paseo marítimo y en todo el tiempo no pisó ni uno de los bordes entre las losetas.
—Sería
casualidad. O estaría jugando, ¿no cree? Los niños hacen esas cosas. No hay de
qué preocuparse.
—Mire,
doctor. El paseo mide 5 kilómetros y 252 metros. Las losetas son cuadradas, de 30
por 30 centímetros, lo que nos da más de 15.000.000 oportunidades de pisar
una raya. Y el pie de mi hijo mide actualmente 24 centímetros, con lo que hay que poner mucho empeño para no salirse ni una sola vez de la loseta… Estoy segura de que así fue porque no le quité ojo en todo el tiempo.
—Es
suficiente, señora. Ya he comprendido…
Curioso
caso de T.O.C. hereditario, escribió lentamente el doctor en su libreta
poniendo mucho cuidado en que ninguna de las letras tocara a la siguiente. Era
algo que no soportaba.
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