(...)
Subir al campanario era ascender,
acercarse al destino de los pájaros,
elevarse por sobre
la pequeñez del pueblo, la pequeñez del mundo,
las callejas angostas y los charcos,
los tejados confusos,
la apagada tierra de
pan llevar,
las severas mañanas de escuela interminables,
las tardes de rosario y catecismo.
Nunca habías estado tan arriba.
Tan solo las cigüeñas en su nido
reinaban por encima.
(...)
(De "El largo día del niño")