“Eso te lo compro”. “Eso otro no te lo compro”.
No estamos en un bazar, ni en un mercadillo persa, ni en el rastro. Es una
tertulia televisiva y en plena —e impostada— refriega dialéctica alguno de los
asistentes lanza estas frases que recientemente se han infiltrado en el lenguaje de los medios como
una marca de estilo o una infección: sirven para mostrar acuerdo o desacuerdo
con lo que ha dicho otro de estos prolíficos y ubicuos “todólogos”.
El lenguaje es sintomático y ahora todo está sometido a la tiranía del mercado y a la lógica de la compraventa. Las relaciones y afectos están mercantilizadas, el arte está mercantilizado, la medicina está mercantilizada, igual que la guerra, las materias primas o el periodismo. Así que no es de extrañar que en este continuo trapicheo de palabras en que se han convertido muchos programas de televisión y radio, las ideas, los argumentos, las opiniones en lugar de aceptarse o rebatirse, en vez de suscribirlas o refutarlas se compren o no se compren.
Lo que nunca se dice es el precio que se está dispuesto a pagar por ellas.
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