No se resigna a morir
el viejo chopo, y talado
se inventa otra existencia
más modesta y más joven.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
"...Y entonces asistieron a un extraño fenómeno. Clavadas en una tierra empapada de sangre, las raíces de los árboles condujeron esa humana linfa hasta las hojas y nada pudo contra su ardiente color el verde de la clorofila..."
En Ucrania los árboles tienen las hojas rojas aunque no sea otoño.
Recostado contra
el poste de la canasta, de cara al grato sol de octubre, el maestro de
educación física observa a sus alumnos. Ha dividido al curso en dos grupos: unos
son cazadores y otros animales: hay una jaula y una puerta pintadas con tiza en
el suelo. El juego funciona solo, los niños se están implicando sin reservas como suelen hacerlo a esa edad y el maestro se deja acariciar por los rayos
templados. Una cosa perturba mínimamente su placidez. Al fondo del patio Mateo da
patadas a una pelota contra la pared: no está castigado, se ha negado a
participar. «No quiero ser ni animal, ni cazador», ha objetado. Ha resultado
imposible convencerlo.
«No lo entiendo: ni siquiera lo estoy obligando a jugar a guardias y ladrones, como cuando yo era niño. Ofendidito. Menos mal que me he traído las gafas, este sol sí que ofende la vista”, piensa el maestro.
Los mirlos y las avispas aún no se lo creen.
Este año los racimos han enverado, alcanzando el color de la madurez. Y las uvas -algo inaudito en estas altas tierras- tienen el grado exacto de dulzor que era una delicia solo disfrutada en el relato de quienes viven en otras latitudes.
Así el cambio climático trata de ganar adeptos endulzando el desastre.
“Eso te lo compro”. “Eso otro no te lo compro”.
No estamos en un bazar, ni en un mercadillo persa, ni en el rastro. Es una
tertulia televisiva y en plena —e impostada— refriega dialéctica alguno de los
asistentes lanza estas frases que recientemente se han infiltrado en el lenguaje de los medios como
una marca de estilo o una infección: sirven para mostrar acuerdo o desacuerdo
con lo que ha dicho otro de estos prolíficos y ubicuos “todólogos”.
El lenguaje es sintomático y ahora todo está sometido a la tiranía del mercado y a la lógica de la compraventa. Las relaciones y afectos están mercantilizadas, el arte está mercantilizado, la medicina está mercantilizada, igual que la guerra, las materias primas o el periodismo. Así que no es de extrañar que en este continuo trapicheo de palabras en que se han convertido muchos programas de televisión y radio, las ideas, los argumentos, las opiniones en lugar de aceptarse o rebatirse, en vez de suscribirlas o refutarlas se compren o no se compren.
Lo que nunca se dice es el precio que se está dispuesto a pagar por ellas.