jueves, 11 de febrero de 2021

EL GEN DE LA NOSTALGIA

 

 

Lo había prometido, pero nunca se sintió atado a una promesa formulada en unas circunstancias  tan extremas  que se parecían mucho a un chantaje emocional.

                -Búscalo, encuéntralo y bórralo  para siempre de nuestra herencia- le había rogado su padre, a punto de ser derrotado por la última enfermedad.

Su padre era poeta y su pensamiento nunca supo discernir la fábula de los hechos. Por el contrario, él era un científico muy poco dado a esas excepciones a la racionalidad en que casi todos los científicos incurren. Newton, el padre de la física, podría haber sido también un crédulo alquimista pero él no iba a dejarse seducir por hermosas imaginaciones. El gen de la nostalgia del que su padre hablaba y al que atribuía ese aire lánguido y melancólico, a veces peligrosamente sombrío, característico de muchos miembros de la familia, no era para él más real que las criaturas fantásticas de las viejas historias,  que el unicornio de los bestiarios medievales.

Cuando cruzó la frontera de los cuarenta y cinco tuvo que admitir que él también estaba afectado por la familiar dolencia. Un sentimiento de estar constantemente perdiendo cosas, personas, tiempo, lo atormentaba. Pensar en el pasado era sufrir. Experimentaba la dolorosa sensación de ser un exiliado, de que su patria siempre estaba en otro sitio, en otro tiempo, en una vida ajena.

Se puso manos a la obra más que nada por apaciguar su  postración y, contra sus propios pronósticos, tuvo éxito. El corpus de datos de personas tristes que consiguió reunir era inmenso y ello facilitó mucho sus investigaciones. El ejército de los tristes es numerosísimo y está muy predispuesto a la locuacidad. Había encontrado el negro unicornio que le hundía el cuerno en el pecho los días menos vivibles, el íncubo hereditario que había atormentado a su familia. Silenciarlo, acabar con él no le resultó difícil: el gen de la nostalgia no volvería a molestarlo.

Durante un tiempo vivió con la maravillosa levedad del que ha soltado todos los lastres. Pero la tregua duró poco, hasta que el resto de genes -lo que quedaba de él mismo- advirtió la pérdida del compañero eliminado. Entonces notó el brutal empellón de una nostalgia mayor. Ahora todo su ser sentía nostalgia de la nostalgia perdida.

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