Lo había prometido, pero nunca se
sintió atado a una promesa formulada en unas circunstancias tan extremas que se parecían mucho a un chantaje emocional.
-Búscalo,
encuéntralo y bórralo para siempre de
nuestra herencia- le había rogado su padre, a punto de ser derrotado por la
última enfermedad.
Su padre era poeta y su pensamiento
nunca supo discernir la fábula de los hechos. Por el contrario, él era un
científico muy poco dado a esas excepciones a la racionalidad en que casi todos
los científicos incurren. Newton, el padre de la física, podría haber sido
también un crédulo alquimista pero él no iba a dejarse seducir por hermosas
imaginaciones. El gen de la nostalgia del que su padre hablaba y al que
atribuía ese aire lánguido y melancólico, a veces peligrosamente sombrío,
característico de muchos miembros de la familia, no era para él más real que
las criaturas fantásticas de las viejas historias, que el unicornio de los bestiarios
medievales.
Cuando cruzó la frontera de los cuarenta
y cinco tuvo que admitir que él también estaba afectado por la familiar
dolencia. Un sentimiento de estar constantemente perdiendo cosas, personas,
tiempo, lo atormentaba. Pensar en el pasado era sufrir. Experimentaba la
dolorosa sensación de ser un exiliado, de que su patria siempre estaba en otro
sitio, en otro tiempo, en una vida ajena.
Se puso manos a la obra más que nada
por apaciguar su postración y, contra sus
propios pronósticos, tuvo éxito. El corpus de datos de personas tristes que
consiguió reunir era inmenso y ello facilitó mucho sus investigaciones. El
ejército de los tristes es numerosísimo y está muy predispuesto a la
locuacidad. Había encontrado el negro unicornio que le hundía el cuerno en el
pecho los días menos vivibles, el íncubo hereditario que había atormentado a
su familia. Silenciarlo, acabar con él no le resultó difícil: el gen de la
nostalgia no volvería a molestarlo.
Durante un tiempo vivió con la
maravillosa levedad del que ha soltado todos los lastres. Pero la tregua duró
poco, hasta que el resto de genes -lo que quedaba de él mismo- advirtió la
pérdida del compañero eliminado. Entonces notó el brutal empellón de una
nostalgia mayor. Ahora todo su ser sentía nostalgia de la nostalgia perdida.
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