Me torturé,
retorciendo mi tronco:
Quería ser persona,
tener un rostro.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
Por cada herida rezuma la montaña.
La infancia del agua,
entre el musgo y la espuma.
El manantial, la fuente, el nacedero.
La prisa por llegar,
el salto del ángel, la cola de caballo,
la música que brota en la caída.
Subir hasta la gruta, hasta el origen.
Admirar la pureza
sin la que no es posible el culantrillo.
Recitar, uno a uno, sus nombres:
hontanar, arroyo, río tributario y afluente,
río mayor y delta y estuario.
Y soñar con el mar,
ahora que no está permitido.
(...)
-En los últimos tiempos estamos asistiendo al recrudecimiento de una guerra que creíamos cosa del pasado. La que enfrenta a "Illustrati" e "Illuminati".
-Sí, y lo más curioso es que ambos se proclaman Hijos de la Luz.
(...)
(Fragmento de un diálogo peripatético de Cabal y Aguado)
Lo había prometido, pero nunca se
sintió atado a una promesa formulada en unas circunstancias tan extremas que se parecían mucho a un chantaje emocional.
-Búscalo,
encuéntralo y bórralo para siempre de
nuestra herencia- le había rogado su padre, a punto de ser derrotado por la
última enfermedad.
Su padre era poeta y su pensamiento
nunca supo discernir la fábula de los hechos. Por el contrario, él era un
científico muy poco dado a esas excepciones a la racionalidad en que casi todos
los científicos incurren. Newton, el padre de la física, podría haber sido
también un crédulo alquimista pero él no iba a dejarse seducir por hermosas
imaginaciones. El gen de la nostalgia del que su padre hablaba y al que
atribuía ese aire lánguido y melancólico, a veces peligrosamente sombrío,
característico de muchos miembros de la familia, no era para él más real que
las criaturas fantásticas de las viejas historias, que el unicornio de los bestiarios
medievales.
Cuando cruzó la frontera de los cuarenta
y cinco tuvo que admitir que él también estaba afectado por la familiar
dolencia. Un sentimiento de estar constantemente perdiendo cosas, personas,
tiempo, lo atormentaba. Pensar en el pasado era sufrir. Experimentaba la
dolorosa sensación de ser un exiliado, de que su patria siempre estaba en otro
sitio, en otro tiempo, en una vida ajena.
Se puso manos a la obra más que nada
por apaciguar su postración y, contra sus
propios pronósticos, tuvo éxito. El corpus de datos de personas tristes que
consiguió reunir era inmenso y ello facilitó mucho sus investigaciones. El
ejército de los tristes es numerosísimo y está muy predispuesto a la
locuacidad. Había encontrado el negro unicornio que le hundía el cuerno en el
pecho los días menos vivibles, el íncubo hereditario que había atormentado a
su familia. Silenciarlo, acabar con él no le resultó difícil: el gen de la
nostalgia no volvería a molestarlo.
Durante un tiempo vivió con la
maravillosa levedad del que ha soltado todos los lastres. Pero la tregua duró
poco, hasta que el resto de genes -lo que quedaba de él mismo- advirtió la
pérdida del compañero eliminado. Entonces notó el brutal empellón de una
nostalgia mayor. Ahora todo su ser sentía nostalgia de la nostalgia perdida.
En la cumbre del pico encontró una placa de fúnebres resonancias:
En ella se leía: "Nuestro compañero de sueños ha partido. Buen vuelo... Viento laminar a nuestro amigo."
Buscó información: así aprendió que el viento laminar es suave, ordenado, paralelo al suelo, el mejor para volar en parapente; y en una página del periódico de varios años atrás encontró la noticia que buscaba. El protagonista de la misma, monitor de vuelo de ultraligeros y fundador de un club de parapente con gran experiencia había encontrado la muerte en un absurdo accidente doméstico al precipitarse desde un primer piso, tratando de entrar en su casa (se había olvidado las llaves dentro) desde el balcón del vecino. Un vuelo breve y trágico.
A veces la muerte exhibe una sardónica propensión al humor negro.
Cascada de la Toba, Febrero 2021
Desde el hondo silencio de la tierra
la lentitud hermosa de la nieve
acabará aflorando convertida
en la también hermosa -y estruendosa-
furia del agua.
Así se hermanan los contrarios.
El probo funcionario que bautizó estas calles no se complicó mucho la vida (atrás quedaban sus malogrados sueños juveniles de poeta garcilasista).
En este barrio ornitológico hay representadas muchas especies, la mayoría muy comunes, pero da la impresión de que al nombrador un prurito de delicadeza o viejos prejuicios le hicieron evitar cuidadosamente el nombre de algunas aves. No hay calles dedicadas al buitre, a la gallina, al cuervo o a la urraca.
La caza (la perdiz, la codorniz), la cetrería (el halcón), el canto (el jilguero), la tradición sagrada (la cigüeña), la belleza aristocrática (el cisne), lo humilde cotidiano (el gorrión), la gallardía (el gallo)... insinúan un mundo simbólico muy de época, muy de sindicato vertical. Quizá sin pretenderlo, este aviario dice mucho de su autor, de sus fobias y sus filias.
Pasear por estas calles monotemáticas de casas modestas, envejecidas -algunas recientemente rehabilitadas para su alquiler a universitarios o migrantes- que albergaron a las caravanas de fugitivos del campo, a una generación de gente trabajadora -en su mayor parte borrada ya de los anales de la existencia- y contemplar la ropa tendida -humilde, multicolor, exótica-, las acacias -ese árbol que apenas se planta ya- con sus alcorques atiborrados de rosales y malvas, es una aleccionadora experiencia de regresión a nuestro pasado, a aquellos años en que la escasez alimentaba un luminoso sueño de prosperidad.