En Soria, la tierra hermosa y olvidada desde la que escribo, la que solo es recordada cuando se busca un término de comparación para la lejanía, el frío o la insignificancia, en Soria, la felizmente llena de su propio vacío, se conserva una antigua acepción del verbo 'regalar' aplicada a la nieve o al hielo cuando se están derritiendo. Con este sentido utilicé esta palabra en un poema publicado en el libro En la montaña mágica.
CANCIÓN DEL HERIDO
He desertado antes
del fin de la batalla,
cuando ya presentíamos
la victoria cercana.
No quiero ser un héroe
ni que en mi pecho cuelgue
la medalla del triunfo
como una cicatriz.
Escondido en el bosque,
ungiré mis heridas
con la savia del fresno
para sellar un pacto
de sangre y de silencio
con la tierra que amo.
A este viento insumiso
soltaré las palabras
más negras de mi pecho;
que vuelen confundidas
con las primeras garzas.
Me he tendido en la hierba
ausente de mí mismo,
como esos amantes
que abandonan sus cuerpos
rendidos al deseo.
Acercaré mi oído
al corazón del bosque
y escucharé su pálpito
antiguo de centauro,
de un mar nunca olvidado.
y vuele bajo el cuervo
sobre la tierra abierta.
Después me marcharé
por esta vieja vía
a bordo de algún tren
que transporte carbón
de las minas del tiempo.
O pisaré quizás,
uno a uno, sin prisa,
los durmientes de enebro
hasta llegar al sur,
a un puerto hospitalario
donde huela a azahar
y no me alcance nunca
el eco de esta guerra.
Tengo frío el aliento.
La nieve de los montes
azules se regala
en mis ojos de fiebre.
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