martes, 21 de febrero de 2017

INDETERMINACIÓN



                Un consejo a mis congéneres: huid de los científicos. Ellos sí que engatusan con esa imagen de seres pacíficos, sedentarios, que acarician vuestro lomo mientras leen un libraco sentados en un sillón junto a la chimenea o escuchan música clásica fumándose una pipa e imaginando la solución de un enrevesado problema. No os fiéis. Son todos unos egoístas encerrados en su burbuja intelectual. No les importamos nada. ¿Que exagero?... Escuchad lo que me pasó a mí.

                Mi amo tenía la extraña teoría de que nada es seguro y lo demostraba con largas fórmulas que pocos lograban descifrar. Digo yo, desde mi ignorancia gatuna, que, si las cosas son así de problemáticas,  ¿cómo  estaba él tan seguro de estar en lo cierto al decir que nada es seguro? Lo dejo, que se me están enredando los bigotes.

                El caso es que un día dio un paso más allá y quiso dejar al mundo boquiabierto con una demostración "empírica", decía él. Y no se le ocurrió otra cosa que encerrarme en una caja con un extraño artilugio atómico que podría -lo subrayo, podría- activarse y acabar conmigo según y cómo.  Pretendía convencer  a algunos de su cuerda de que yo no estaba ni muerto ni vivo. Dependía. Hasta que no se abriera la caja...

                Solo Herta, la criada, se atrevió a protestar. Era la única que veía al rey desnudo. Y, a pesar de que yo no le tenía ningún cariño, pues más de una vez me había arreado algún escobazo en la cocina, en aquella ocasión se portó.

                Cuando, después de una buena bronca con mi amo,  Herta se empeñó en abrir la caja y finalmente la abrió, yo estaba muerto... de hambre. Pero, más vivo que nunca, escapé por la ventana en busca de una buena tajada de pescado y no quise volver a saber nada de incertidumbres cuánticas.


                Que Schrödi me espere sentado. Quizás vuelva a casa. O quizás no. Depende. Según se mire.





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