Van por la calle uniformados con la equipación deportiva de dos clubes diferentes. Aún sofocados del reciente esfuerzo, confraternizan a pesar de haber sido rivales.
—Habéis
perdido el partido y vais to contentos —comenta entre la extrañeza y las
ganas de chinchar la niña de melena rubia vestida con el chándal negro.
—Pero
hemos disfrutado la experiencia —responde sin acritud el niño del chándal rojo
cuya cabeza luce ese corte de pelo de moda entre sus ídolos futbolistas: una
mata en la coronilla y degradado progresivo hasta llegar al rapado extremo en el cogote.
(Para que
luego digan que la infancia no sabe gestionar la frustración).
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