Aunque no hagamos mucho por merecerla, aunque parezca mentira, aquí está la Primavera, llamando ya a la puerta, en la risueña floración de las primeras mimosas.
Cuaderno de creación literaria donde encontrarás textos y fotografías originales del autor.
Aunque no hagamos mucho por merecerla, aunque parezca mentira, aquí está la Primavera, llamando ya a la puerta, en la risueña floración de las primeras mimosas.
Van por la calle uniformados con la equipación deportiva de dos clubes diferentes. Aún sofocados del reciente esfuerzo, confraternizan a pesar de haber sido rivales.
—Habéis
perdido el partido y vais to contentos —comenta entre la extrañeza y las
ganas de chinchar la niña de melena rubia vestida con el chándal negro.
—Pero
hemos disfrutado la experiencia —responde sin acritud el niño del chándal rojo
cuya cabeza luce ese corte de pelo de moda entre sus ídolos futbolistas: una
mata en la coronilla y degradado progresivo hasta llegar al rapado extremo en el cogote.
(Para que
luego digan que la infancia no sabe gestionar la frustración).
-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
(Constantino Cavafis)
Durante
mucho tiempo se pensó que los bárbaros llegarían de lejanos países para acabar
con nuestra civilización. Pero lo cierto es que estaban entre nosotros, quizá
los habíamos alimentado con nuestra desidia. Se fueron haciendo con el control
de la ciudad: arrasaron la Plaza de la Concordia, la Avenida de la Solidaridad,
el Parque de la Paz. Se apropiaron de la estatua de la Libertad para
resignificarla. Por fin llegaron al templo donde, desde los tiempos de la
Ilustración, se veneraba a la diosa Razón, profanaron su santuario y colocaron
en su lugar a su santísima Tetradivinidad: el Lucro, el Individualismo, la
Mentira y la Sinrazón.
Fueron
malos tiempos que únicamente nos dejaron un consuelo: el Futuro habría de ser
forzosamente mejor.
Al borde del torrente,
del agua desbocada,
entre piedras y espumas,
la heroica obstinación de la raíces,
su permanencia.
Como
parásitos que somos de la Tierra estamos incumpliendo gravemente el principio
básico formulado por el mirmecólogo
Edward O. Wilson: «El parásito más exitoso es aquel que causa menos daño».