El Gran
Diseñador de Laberintos había proyectado los más intrincados laberintos de la
Historia y aun de la Mitología: el famoso laberinto de Creta (falsamente
atribuido a Dédalo), el laberinto de Villa Pisani (escenario de amorosos
encuentros y de oscuras conjuras entre tiranos), los laberintos de los grandes palacios hechos a medida de las
pesadillas megalómanas de los príncipes
y hasta el laberinto imaginado por Borges (consistente en una línea
recta, única y precisa).
Pero su
mayor orgullo eran los laberintos diminutos y delicados que los seres humanos
llevan impresos en la yema de los dedos. Tras más de 200.000 años aún no había
repetido ningún dibujo y así seguiría siendo para cumplir un propósito: cada
persona debería sentirse única, irrepetible, inconfundible. Y saberse también
portadora —dueña y esclava— de su propio y exclusivo laberinto.
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