Había agotado todos los sustantivos y adjetivos de su vocabulario para referirse a la ola de calor que estaba arruinando sus escasos días de vacaciones: sofoco, asfixia, bochorno, calorina, tórrido, abrasador, ardiente, candente...
Mientras le servía una cerveza en una jarra helada, aquel camarero del sur le regaló una nueva palabra que desconocía: FLAMA.
Prima hermana de llama y apenas evolucionada respecto a su etimología latina (flamma), le pareció la más próxima a la sensación de estar viviendo entre las llamas de un infierno.
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