jueves, 18 de abril de 2019

PICATOSTA




El día me ha traído una dulce palabra olvidada y con ella la nostalgia de los sabores maternos. En nuestra infancia austera, la Semana Santa era una restricción dentro de la Gran Restricción. Ayuno, abstinencia, imágenes tapadas, campanas silenciadas y sustituidas por carracas, televisión con programas aún más sometidos a una moralidad extrema... 

Y, sin embargo, como en todos los espacios depauperados, florecían entrañables excepciones. La cocina, obligada a prescindir de la carne, buscaba otros consuelos. Uno de ellos, almibarado y jugoso, eran las picatostas. Este vocablo, que no aparece en el diccionario de la Academia, debe de ser de uso dialectal, del occidente astur-leonés, y apenas se utiliza ya, barrido por su hermana la torrija, con la que prácticamente se confunde en su común origen de deliciosa fruta de sartén, un empeño bien logrado de elevar a la categoría de fiesta para el paladar el pan duro, la leche y el huevo. 

Benditas picatostas de nuestra infancia salmantina, perfectas y dulcísimas en el recuerdo, como recién salidas de las manos de nuestra madre.

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