viernes, 12 de octubre de 2018

TRAGAPERRAS







Hay palabras tan contundentes que no necesitan aclaración. Quien creó este término compuesto no pretendió ser original ni embellecer el concepto. Diríase que era alguien que odiaba estas máquinas porque con su voracidad habían causado grave quebranto a su peculio. Es posible que a algunos hablantes muy jóvenes o de fuera de España haya que explicarles el sentido de 'perras' por 'monedas de escaso valor' y por extensión 'dinero'. Queda ya muy lejos el año 1870 cuando se emitieron aquellas monedas que llevaban grabado un león heráldico de dudosa factura que el pueblo llano 'degradó' en 'perra'. De ahí el nombre con que se conocieron estas monedas.

En nuestra época, tan dada a evitar llamar a las cosas por su nombre, "tragaperras", palabra popular donde las haya, no encaja. Suena rancia, viejuna, como de bar oloroso a fritanga, a vicio cutre. Y si de lo que se trata es de promocionar el juego virtual, - ese caramelo envenenado con el que están incitando a la ludopatía a tanta gente- hay que buscar otro vocablo. Y, por supuesto, recurrimos al inglés y hablaremos de "Slots" ('ranura') palabra que suena fina, moderna, aséptica. Quede la antigua, desfasada y rotunda 'tragaperras' como una antigualla. La moderna esclavitud generada por las pantallas no acepta palabras tan largas ni tan significativas.

Ilustramos esta entrada con una fotografía tomada en un salón de juegos británico, en un pueblo de la costa este, una tarde desapacible de septiembre, junto a una playa vacía y un mar sin amigos. La "agria melancolía" de la escena se ve reforzada por la presencia de esos taburetes, tan kitsch, tan incorrectos que acaban siendo inquietantes, como obra de un descuartizador por encargo. Unas piernas de mujer que aguardan el complemento de quien se sentará en ellos y creará por unos momentos un ser híbrido, una extraña criatura con piernas de bailarina, de patinadora o de artista de circo y con torso y busto de jugador/a. Un verdadero monstruo.











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