domingo, 30 de septiembre de 2018

BICICLETA










En la ciudad que tanto ama las bicicletas, muy de vez en cuando, puedes ver algún ejemplar arrumbado en una calleja, contra un árbol, en cualquier esquina. Esa bicicleta que nadie recoge al anochecer, duerme al raso y se va oxidando lentamente bajo la incesante lluvia del norte. En alguna ocasión parece tratarse de un olvido involuntario -alguien que sufre una amnesia pasajera y no recuerda dónde la dejó aparcada-, pero otras veces te asalta el sentimiento de que se trata de un avieso abandono, como el de ese perro que se ha tornado molesto y se arroja al arcén. 

La bicicleta de la fotografía debe de haber sufrido un ahogamiento y, rescatada posteriormente del cauce del río, rebozaba de barro, permanece reclinada sobre una cerca de madera a la espera de una improbable adopción.




jueves, 27 de septiembre de 2018

FRESNO (Un apólogo occidental)








                Maldijo al vendaval tres veces: una ráfaga había tronchado la rama más frondosa del fresno.  (Era un fresno joven, nacido junto a la pared de la casa -y por tanto condenado- que él salvó trasplantándolo con mimo y cuidándolo hasta que arraigó y se fortaleció en el centro del jardín.)

                El viento le contestó: "Tres veces deberías bendecirme."

               Pero él solo tenía oídos para el enojo, que le susurraba feas palabras desde el interior. Por la tarde el enfado casi había pasado y el hombre se preguntó qué hacer con la rama caída. Con el palo más grueso se labró un báculo, de una horquilla fina obtuvo una varilla de zahorí, dio las hojas más tiernas a su vaca y lo demás lo reservó para la chimenea. Desde entonces caminó más tranquilo, encontró agua para excavar un pozo y presintió un tesoro escondido que estaba esperándolo, la leche le supo mejor y se calentó en el invierno.

                Por poco, pero el viento se había equivocado. Lo bendijo cinco veces.

lunes, 24 de septiembre de 2018

ESCARAMUJOS











Es el momento equívoco de los frutos pequeños,

los que no cuida nadie al borde del camino,

los que se riegan solos

con el arduo regalo de la lluvia,

los que defienden con espinas

aguzadas su discreta sazón.






viernes, 21 de septiembre de 2018

PALLAKSCH



     Pallaksch, pallaksch, repetía F. Hölderlin, rescatado del manicomio y acogido por el carpintero Zimmer en su torre de Tubinga en un gesto de absoluta generosidad y admiración. Más de treinta años estuvo el poeta cuidado y alimentado por esta humilde familia que lo adoptó y soportó las tormentas de su locura, sus insondables silencios, sus explosiones de cólera.

     Con frecuencia, cuando se le preguntaba por algo, cuando se le pedía tomar una simple opción, responder con un sí o un no, el poeta, atenazado por la incertidumbre, horrorizado ante una tarea que se le antojaba titánica, respondía obsesivamente: Pallaksch, pallaksch, una palabra inventada, una palabra casi imposible, que no pertenece a ningún idioma, si acaso al dialecto intransferible de un alma hecha pedazos, de una mente abrasada por su temerario viaje hacia el sol de la máxima lucidez.

     Es la palabra de la duda extrema, de la renuncia al sentido, de la derrota ante el enigma del mundo.

  Pallaksch, pallaksch, sentimos el deseo de pronunciar algunas veces, superados por el caos cruel e indescifrable de la realidad.

martes, 18 de septiembre de 2018

EL BANCO







Sentado en este banco, junto al río Cam, él veía pasar las barcas y recordaba el tiempo en que sus brazos también eran jóvenes y agarraban con ímpetu el remo.

Sentada en este banco ella se complacía en la boga sosegada de los cisnes, en el milagro de su blancura sobre las aguas turbias.

A veces se tomaban de la mano y dejaban que un mismo silencio los recorriera, como una caricia lenta, desde los pies de ella hasta la canosa cabeza de él o viceversa. Envejecer juntos era su forma más elevada de amarse y ya les sobraban las palabras.

Delante de ellos pasaban ciclistas que giraban un momento la mirada, cautivados, al verlos: parecían una estatua, esmaltados por un cariño luminoso, como de seres bendecidos por el tiempo.

Ella se fue primero. Él le guardó la ausencia unos días. Después regresó al banco para continuar el duelo. Ya no miraba a los barcos, ni a las patinadoras. Si acaso a los cisnes y el lento pero implacable deslizarse de la corriente, como el agua de una clepsidra.

Al fin él también emprendió el camino, un camino que estaba deseando recorrer.

La placa en su memoria de este banco atestigua  el poder delicado del amor, sus largas secuelas de euforia y melancolía, su tendencia a encarnarse en los objetos, la suave permanencia de su luminosa herida.


Paseante que estás tentado de reposar aquí, no olvides esto: Nadie debería sentarse en este banco sin sentirse un profanador. O, al menos, no debería hacerlo sin un escalofrío. 





sábado, 15 de septiembre de 2018

LA ESTATUA Y LA LLUVIA







De todos es sabido que las estatuas aman la lluvia, sobre todo esa lluvia, tan deseada, en una tarde de verano. Aunque sean de mármol o de duro metal, hay algo que perdura en ellas, un impulso hacia esas costumbres amables de la vida: sentir las gotas sobre la piel desnuda, su frescor, ese perfume de nube que aún guardan.










Se diría que la estatua de la foto ha roto su inmovilidad  abriendo los brazos y levantando el rostro hacia el cielo para dar la bienvenida a la tormenta, como haría un muchacho en la asfixiante atmósfera de una tarde agosto, como quizá hizo el muchacho al que representa. Pero hay algo que desmiente esta fantasía: las telas de araña, ahora cuajadas de pequeñas perlas de lluvia, en el hueco de la mano, en las axilas. 

miércoles, 12 de septiembre de 2018

TRES NOMBRES










Lavanda, espliego, alhucema. 

Tres bellos nombres para una misma planta -dejamos para los botánicos establecer pequeñas diferencias entre ellas, irrelevantes para nosotros-. Tres maneras de reconocerla, de intentar extraer su perfume (lavanda), la delicada estructura de esa espiguilla de flores (espliego), las resonancias árabes de una palabra cuyo sonido es dulce caligrafía musical (alhucema). Tres orígenes: francés, latín, árabe. Cada una de las tres palabra incorpora sus propios matices y sugerencias: más sofisticada la lavanda, campesino el espliego, exóticamente oriental la alhucema.

La ley de economía del lenguaje no sirve aquí. Nunca está de más nombrar con abundancia lo hermoso.

domingo, 9 de septiembre de 2018

PATÉTICA POÉTICA



Es Virgilio Arancón (no me acostumbraré jamás al 'era', en pretérito imperfecto, a pesar de su reciente ingreso en el mundo de los sin pulso), es, me reitero, Virgilio Arancón uno de nuestros complementarios preferidos. Poeta trasnochador y trasnochado, engullido por el implacable hastío cotidiano de las ciudades pequeñas, dolorosamente consciente de sus límites, completó un solo poemario -felizmente, nos puntualizaría- inédito. Lo que de él recordamos  pertenece a la oralidad de sus verborreicos desvaríos de altas horas y no podemos dar fe de la exacta literalidad de estas citas. Solo la tozuda reiteración característica de la ebriedad las ha salvado del olvido:

-Igual que Celan, yo soy poeta porque alumbro hacia atrás, espeleólogo que abre camino a trompicones en la oscura cueva con la lámpara frontal en el occipucio.
 
-Nunca podré escapar a esta pregunta aniquiladora: ¿Cuál es el verdadero oficio del poeta: cifrar el mundo o descifrarlo?


-El veneno de la poesía solo tiene un antídoto: el silencio.

jueves, 6 de septiembre de 2018

BADILA









¿Ha muerto esta palabra? ¿Habrá alguien que la use todavía una tarde de invierno, sentado a la lumbre o, las piernas tapadas por las faldillas de la mesa camilla, calentándose los pies con un brasero de ese carbón ligero que algunos llamábamos cisco y en otros lugares se llama picón? Esa paleta metálica redonda -más pequeña que el badil, con el que la RAE quiere confundirlo- sabe mucho de ascuas y cenizas, de largas conversaciones y antiguas historias, de la necesidad de avivar el rescoldo para animar los pies helados de los ancianos. "Echar una firma" en el brasero era atizar, escarbar con la badila en las brasas bajo la cobertura de ceniza para arrancar el íntimo calor. Era un gesto ritual  que solo los mayores sabían ejecutar con la pericia y solemnidad de los muchos inviernos vividos, sin urgencias, removiendo lo justo para alargar la combustión, para no provocar un diminuto cataclismo volcánico.

Con esta palabra (y con otras como '(a)lambrera', '(es)trébedes', 'arrecido', 'engarañado', 'cisco') muere una cultura, una experiencia única: la  de la inmensidad del frío y el pequeño -y ancestral- milagro del fuego domesticado.

lunes, 3 de septiembre de 2018

AVENA LOCA









En el descampado urbano, en uno de los escasos solares ociosos dentro de la ciudad, atestado de hierbas despreciadas, librado de la plusvalía gracias a la crisis inmobiliaria, este autorretrato espectral del fotógrafo, su sombra vespertina de pájaro  (¿perdiz al descubierto tras la apertura de la veda, ave de presa al acecho?) sobre la avena loca.