lunes, 9 de julio de 2018

ENVEJECER











     
Envejecer en la ciudad pequeña,
en un tiempo apartado, secundario,
en un remanso anónimo
del gran río del Tiempo.
Envejecer sabiendo que los huesos
acopiarán su sol
en el Paseo de Invierno,
Y masticar los días lentamente,
ofrenda de pan ácimo
a un dios burlón que empieza a sonreírnos
porque ya nada importa,
no aceleramos el corazón de nadie,
nuestro pulso es tan tenue
que los niños nos ponen
en el pecho su oreja
para no confundirnos con un árbol.
Y racimar las uvas
que nadie quiso en la vendimia
con su pequeña lágrima de miel.
Envejecer en la ciudad pequeña
entregado al placer de desandar los pasos,
de recordar las penas viejas por orden alfabético,
de sacar del armario
los gozos más profundos,
perfeccionando el arte de la fuga
en los ángulos muertos de la tarde,
esperando que un día, al doblar una esquina,
-las ventajas de los sitios pequeños-
la muerte nos salude
porque, al fin, se ha aprendido nuestro nombre.




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