domingo, 15 de julio de 2018

CASAMATA








     Desde esta posición fortificada, en su privilegiado enclave costero, el ojo mortífero de un cañón republicano vigilaba el Cantábrico, allá por 1937. 




     Deshabitada hace ya mucho tiempo de un huésped tan letal, la casamata -sin perder su violenta geometría- ha ido virando hacia lo amable, habrá sido escenario de tardes de amor y contemplación, ha cedido sus muros a los juegos del color, a las inscripciones que intentar eternizar lo efímero.  En una lenta tarea de desarme, la paciencia del paraje le ha ido arrancando su hostilidad a este mazacote de hormigón que nació con vocación de muerte y, aunque condenado a no alcanzar nunca la belleza que desde allí se divisa, se diría que ha logrado al menos el consuelo de añorarla.











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