viernes, 25 de mayo de 2018

DIEZ MIL PASOS




                Se lo habían regalado por su cumpleaños  como una manera delicada de amonestarle por la acumulación de grasa en su abdomen. El  aparatito cabía en cualquier sitio y enseguida mostró su utilidad. Si no se tratara de un chisme estaría tentado de calificarlo incluso de amable. Medía los pasos que recorría cada día y, si conseguía el objetivo de los diez mil, lo premiaba con una  sintonía de triunfo, una medalla luminosa en la minipantalla, un "¡Enhorabuena, campeón!" y con puntos canjeables para la compra de un dispositivo de  gama superior. No podía pedir más recompensa.

                Desde que lo llevaba en la muñeca los días dejaron de ser anodinos y habían  adquirido el atractivo siempre renovado de los retos. Ya no andaba por ahí, como pollo sin cabeza, sino que recorría un itinerario y superaba un desafío. Cuando llegaba la noche, si había llegado a los diez mil, se acostaba contento y -cosa que le resultaba increíble- dormía de un tirón, con la satisfacción del deber cumplido.

           Antes de caer en la inconsciencia, como letanía propiciatoria del sueño, hacía recuento: Cuarenta vueltas al patio, cuatro mil; seis idas y seis venidas por los pasillos y la galería: mil doscientos. El resto, otros cuatro mil ochocientos pasos, suponían cuatrocientas vueltas por el interior de la celda. "No pensaba que fueran tantas; me voy a convertir en un hámster", resumía, con benévolo humorismo.   

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