domingo, 15 de octubre de 2017

EL JUBILADO


                  El profesor jubilado regresó  por primera vez a su instituto dos años después. Habían sido dos años tornadizos en los que a la molicie casi divina de la ociosidad  inicial siguió un periodo de desconcierto por no ser capaz de disfrutar todo lo que había imaginado. Nunca fue un convencido de la causa pedagógica:  había ejercido su profesión con diligencia y eficacia, pero sin entusiasmo, sin perder de vista que era un trabajo y que no debía poner en él toda el alma. Por eso le  extrañaba más esa querencia al retorno que se ahondó con el paso de los días hasta hacérsele insoportable. Se veía atrapado en un pantano, un lugar donde había desaparecido esa percepción tan necesaria de inminencia, de que algo iba a ocurrir.

         -¿Echabas de menos esto, eh? - afirmaba en modo de pregunta el Director al recibirlo en su despacho.  Había en sus palabras algo de ese malsano disfrute de una profecía cumplida. Como si lo hubieran estado esperando.

                -Más de lo que me gustaría confesar -se sinceró.

          Enseguida el Jefe de Estudios hizo planes para él. Los últimos recortes presupuestarios le habían obligado a recargar los horarios y  un sordo malestar se había instalado entre sus compañeros del claustro, que lo culpaban a él del exceso de trabajo.

           -Podrías encargarte de un par de grupos de apoyo. Nos vendría muy bien. Extraoficialmente, claro.

             -Creo que no me he explicado bien. Lo que yo quiero es matricularme en primero.

           El Director y el  Jefe de Estudios se miraron y, con esa complicidad nacida en los cinco años compartidos en el Equipo Directivo, sonrieron al tiempo, comprensivos hasta la lástima, mientras al profesor jubilado los ojos y los oídos se le iban al guirigay irresistible del patio en el recreo.


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