miércoles, 16 de agosto de 2017

BEATO SILLÓN














           Tomé estas fotos -casi diría que las robé- en la estación abandonada de Abejar -una más del rosario de  misterios dolorosos de un camino de hierro erradicado-, a través de una ventana cegada por un tabique que fue posteriormente trepanado para acceder a  esta estancia que quizá fue sala de espera y donde ahora penetran raíces de plantas subrepticias, esas que apenas necesitan nada para subsistir, vegetación impensable del escombro y el derribo.

            Todo en estas imágenes es pregunta, curiosidad insatisfecha que el espectador puede colmar con un relato a su medida. Todo en estas sombrías estampas remite a la amarga disolución de una época derrotada. Si una sala de espera es por naturaleza lugar melancólico, sentimos la melancolía elevada a superior potencia de esta sala de espera en la que ya nadie nunca esperará ningún tren.

            Pero vayamos sin rodeos a la presencia que podría llenar este espacio vacío. ¿Qué hace aquí este sillón? ¿Quién se ha sentado en él? ¿Estaba ya ahí antes de que la ruina diera con todo al traste o alguien lo ha colocado después? Es posible que  haya sido introducido por el boquete practicado en la ventana tapiada.  Si fue así, ¿con qué fin? No es difícil imaginar por qué y para qué los furtivos ocupantes de las ruinas tienden enseguida colchones. Pero este butacón parece responder a otro designio. Sentarse en él, rodeado de tanto estrago, de tan espesa tristeza, de tantos viajes abortados, ha de ser una experiencia más próxima a lo penitencial que a lo recreativo. Podría ser  el mueble favorito de un fantasma de nocturnales costumbres marchitas que espera un tren también fantasmal, o el asiento de un  jubilado contemplativo próximo a la sabiduría agridulce del desánimo más que diván de amores apresurados. ¿Y ese abismo que se abre justo donde reposan los pies, esa boca hambrienta que deja ver unas fauces de engranajes trituradores?  ¿Ha devorado ya el monstruo a algún ingenuo fisgón sin dejar ni sus huesos?

            Con esa suspicacia ante el azar que han desarrollado en nosotros los artistas de la modernidad podríamos pensar que todo es un montaje, una "instalación". Pero yo prefiero creer que la desolación tiene su propio lenguaje, su gramática y su retórica. Que este beato sillón es un signo involuntario sobre el que descansa la fatigada espalda del tiempo.




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